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Repites porque recuerdas. Y también repites sin recordar. Tú y los demás.
La repetición es el espacio entre el destino y el recuerdo. La repetición produce tantos sentimientos encontrados como umbrales del deseo trastoca. Porque no siempre el sujeto es plenamente consciente del proceso de repetición que tiene lugar una y otra vez. Repetición que tiene mucho de petición, en cuanto hay un recuerdo que se quedó sin palabras, y a veces, hasta sin letras.
El sujeto repite porque recuerda y lo recuerda porque lo tiene que reelaborar y actualizar. También lo hace porque necesita detener el tiempo para vivir con mayor intensidad una experiencia. No hay tiempo suficiente para el insaciable apetito de Dionisio. Es que solamente en la repetición logra materializarse debidamente. Y es que el deber puede complementar lo dionisíaco.
El refugio por excelencia de la ideología también es la repetición que, a través de sus largas aceras, mantiene las estructuras de poder en la sociedad. Porque es ella la que retiene, o al menos ralentiza, la perennemente presente necesidad de cambio. El sujeto repite para memorizar aquello que debe prevalecer en el tiempo y recuerda para que la idea permanezca congelada en el nivel más cercano posible a su pureza ideológica.
La repetición no solo desrealiza la escritura de una nueva historia, sino que la deslegitima, en tanto…