La vulva y el ano como centros de poder

Vicente Quintero
10 min readAug 26, 2024

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Associated Kokopelli and phallus petroglyphs. Matthew Timothy Bradley, CC BY-SA 4.0 <https://creativecommons.org/licenses/by-sa/4.0>, via Wikimedia Commons.

La discusión sobre el cuerpo en la obra de Jacques Lacan y Carl Gustav Jung se enfrenta a un fenómeno fascinante: la comprensión del cuerpo más allá de sus funciones biológicas. El control sobre la reproducción, los placeres y los tabúes que rodean estas áreas del cuerpo son apenas algunas manifestaciones de la lucha por el poder a través de estos territorios de nuestra anatomía. Tanto la vulva como el ano, asociados con la construcción simbólica de identidades y conceptos, se convierten en potentes símbolos políticos que trascienden el género, conformando espacios donde se manifiestan deseos, pulsiones y misterios que van más allá de las normativas culturales y sociales, imponiendo redes de influencia que van quedando poco a poco sumergidas. La fascinación por la vulva persiste, no porque los hombres quieran ser mujeres, sino porque la vulva sigue representando lo otro, lo ajeno y lo misterioso que desafía las categorías del cuerpo masculino. En este proceso de exploración y autoconocimiento, los hombres no están renunciando a su identidad masculina; están, más bien, expandiendo las posibilidades de lo que significa ser hombre, así como también las mujeres han llegado a replantearse lo que significa ser mujer.

Desde la perspectiva lacaniana, estos órganos se insertan en la dinámica del deseo y el Otro. Lacan introduce el concepto de « objeto a » como ese vacío o falta que genera deseo en el ser humano; ese objeto de deseo que nunca puede ser completamente poseído ni comprendido, ya que su significado se encuentra más allá del lenguaje y la estructura simbólica. El hombre, al estar en contacto con su propio ano y explorar su sexualidad desde una perspectiva más fluida, sigue manteniendo una relación ambivalente con la vulva. En esta dinámica, la vulva no solo es lo que él desea, sino también aquello que escapa a su comprensión, representando lo que nunca podrá ser parte de su propio cuerpo. La vulva sigue siendo lo ajeno, lo otro que no puede ser incorporado total y plenamente en la experiencia masculina.

Esta fascinación por la vulva, incluso en un contexto donde los hombres exploran su propio ano, refleja una tensión constante entre el deseo de lo otro y la necesidad de reafirmar su propia identidad masculina. El hombre sigue viendo en la vulva una manifestación de poder, no solo por su capacidad reproductiva o sexual, sino porque representa lo que él no es y nunca podrá ser. En este sentido, la vulva sigue siendo un símbolo de feminidad que el hombre observa desde una distancia reverencial, indistintamente de la orientación sexual.

La vulva y el ano, en su invisibilidad y ambigüedad, se convierten en ese «objeto a» que tanto fascina como desestabiliza. No son simplemente órganos que cumplen una función biológica; representan el lugar donde el deseo se enreda en la cadena significante, quedando atrapado en la tensión entre el placer y el goce. Además, una parte y la otra juegan un papel fundamental a la hora de comprender las masculinidades y las feminidades en su diversidad, en cuanto el amplio abanico de unos espectros y los otros también se asocia a una relación con la vulva y con el ano que pueden ser más o menos directas e implícitas.

La vulva, por ejemplo, es para Lacan un símbolo de lo que se oculta y, por lo tanto, de lo que más se desea. Representa un lugar de acceso y misterio, de creación y destrucción. En su esencia, desafía la lógica fálica, que busca dar cuenta de todo a través del poder simbólico del pene. La vulva es lo que no se puede representar completamente dentro del lenguaje; es el significante de lo innombrable, de lo que siempre escapa. En este sentido, encarna el poder de lo femenino no como un atributo de género, sino como una fuerza que desarma la estructura simbólica que intenta atraparla.

El ano, por otro lado, se presenta como un lugar de ambivalencia aún más profunda. Es un espacio de expulsión y retención, de lo abyecto y lo prohibido, pero también de lo placentero y lo reprimido. Lacan señala que el deseo humano está estructurado en torno a prohibiciones y tabúes, y el ano, en su asociación con lo que es deseado con vergüenza y a la vez rechazado por la sociedad, se convierte en una figura central del goce lacaniano. Aquí se produce un cortocircuito entre la repulsión y la atracción, creando así un poder psíquico que se desborda más allá de las construcciones de género y sexo. La exploración del ano no convierte a algunos hombres en nuevas mujeres, sino que permite una mayor fluidez en las identidades de género, donde las viejas dicotomías entre activo y pasivo, masculino y femenino, se tornan más porosas y terminan siendo insuficientes.

Lejos de ser simplemente un espacio de abyección o tabú, el ano se convierte en un lugar de poder simbólico donde las identidades masculinas se negocian, se reafirman y se transforman. Los hombres heterosexuales que exploran su sexualidad anal no están necesariamente desafiando su identidad heterosexual, sino que están participando en un proceso de autoconocimiento y reafirmación de su masculinidad. En un sistema patriarcal, la estructura del poder se organiza en torno a la figura del hombre como el sujeto dominante, donde la masculinidad se asocia con la actividad, el poder y la racionalidad. Las mujeres, por el contrario, son tradicionalmente relegadas al lugar del Otro, como objetos de deseo y portadoras de la diferencia sexual. Esta diferencia, sin embargo, no es simplemente anatómica, sino que está inscrita en la estructura simbólica del lenguaje y la ley. El ano emerge como un símbolo complejo y ambivalente que desafía las nociones tradicionales de lo masculino y lo femenino, particularmente en la exploración de la sexualidad entre hombres plenamente heterosexuales.

Carl Jung, por su parte, nos invita a considerar estas partes del cuerpo desde una perspectiva arquetipal. En la teoría junguiana, el cuerpo no es simplemente un conjunto de funciones biológicas, sino que está impregnado de símbolos y arquetipos que resuenan en el inconsciente colectivo. La vulva y el ano, en este sentido, son portales hacia lo arquetipal; dimensiones que se abren si el que está en el otro lado de la puerta decide abrirla, o bien, es presionado hacia ello. En la exploración sexual entre hombres heterosexuales, la penetración anal, lejos de ser únicamente una práctica de dominación o subversión, puede verse como un acto donde las masculinidades se negocian en un espacio cargado de tensiones simbólicas. Esta práctica redefine las fronteras del género, cuestionando la noción de lo que significa ser hombre en una sociedad que ha construido el cuerpo masculino como invulnerable, impenetrable y dominante.

Los cuerpos son objetos de control, disciplinamiento y producción de poder. El acto de tener sexo con otros hombres no necesariamente implica una ruptura con la heterosexualidad, sino que puede funcionar como una reafirmación de la propia identidad masculina en el contexto de un juego de poder, estatus y deseo. Desde la perspectiva lacaniana, la relación entre hombres en un sistema patriarcal se organiza en torno a la simetría. Al estar ambos dentro de la misma estructura simbólica, comparten un terreno común de identificación y reconocimiento, donde las relaciones están mediadas por la Ley del Padre y el significante fálico. Aquí, el otro hombre no representa tanto la falta como la mujer, sino una extensión de sí mismo, una imagen especular en la que puede verse reflejado. El otro hombre es un igual, un reflejo de sí mismo, y el amor entre hombres puede surgir en un espacio de reconocimiento mutuo y complicidad.

Al participar en prácticas que tradicionalmente se han asociado con lo femenino o lo pasivo, el hombre se conecta con su ánima, integrando aspectos de lo femenino en su identidad. Esto no implica una feminización del hombre, sino una expansión de su comprensión de lo masculino. Al explorar su ano, el hombre accede a una parte de su psique que ha estado reprimida, lo que puede llevar a una mayor autocomprensión y crecimiento psicológico.

La vulva puede ser vista como la Gran Madre, un arquetipo que representa la creación, la fertilidad, pero también la muerte y la destrucción. En la vulva se manifiesta el poder de la regeneración y el ciclo eterno de vida y muerte. Sin embargo, este poder no está limitado a la biología femenina. La Gran Madre como arquetipo también opera en el inconsciente masculino, influyendo en las formas en que el individuo experimenta la creación, el deseo y el retorno a lo primordial.

El ano, en la perspectiva junguiana, puede relacionarse con el arquetipo de la Sombra, aquello que el ego rechaza pero que sigue influyendo en el comportamiento humano. Mientras que algunas etapas se queman, otras duran para siempre; la relación de objeto impregnada de significaciones ligadas a la función de defecación (expulsión-retención) y al valor simbólico de las heces no siempre queda atrás, incluso si supera. La Sombra contiene todo lo que consideramos indeseable o repulsivo, y el ano, en su asociación con lo abyecto, puede simbolizar esa parte oscura del ser que el ego no quiere reconocer. Y Jung nos enseña que integrar la Sombra es clave para el proceso de individuación, es decir, para llegar a ser uno mismo en su totalidad.

Cuando el hombre heteronormativo explora su sexualidad anal, está confrontándose con su Sombra, aceptando partes de sí mismo que han sido reprimidas u olvidadas. Este proceso, aunque cargado de tabú, también puede ser un camino hacia la individuación, donde el individuo integra aspectos de su Sombra en su psique consciente, ampliando su comprensión de lo que significa ser hombre. El ano, como un lugar ambiguo entre el placer y el rechazo, se convierte en un espacio donde el hombre puede experimentar el goce en su máxima expresión, al margen de las normativas culturales y de género.

La práctica del sexo anal entre hombres, sean heterosexuales o no, introduce un nuevo nivel de complejidad en las masculinidades contemporáneas. A través de esta conducta, las fronteras entre lo hetero y lo homo, lo masculino y lo femenino, se difuminan, pero no necesariamente se borran. En lugar de ver estas prácticas como una amenaza a la heterosexualidad o a la identidad masculina, podríamos interpretarlas como una reafirmación de la masculinidad en un contexto donde el cuerpo se convierte en un campo de batalla simbólico en donde decenas o cientos de falos se reúnen los unos con los otros.

En este orden de ideas, la tan vigente pregunta de si los hombres son las nuevas mujeres surge en el contexto de esta ambigua exploración de los cuerpos y las identidades. Al participar en prácticas que antes eran vistas como exclusivamente femeninas o pasivas, en otros tiempos más arcaicos, los hombres están desafiando las normas tradicionales de género y sexualidad. Pero afirmar que los hombres son las nuevas mujeres es simplista frente una realidad mucho más compleja: en lugar de asumir un rol femenino, los hombres están renegociando las fronteras de la masculinidad. Están permitiéndose ser vulnerables, receptivos y exploratorios, sin necesariamente perder su identidad masculina. No se trata de un simple cambio de roles, sino de una transformación en la manera en que se comprende la masculinidad.

Al explorar su sexualidad anal y enfrentarse a la vulnerabilidad que ello implica, los hombres no están convirtiéndose en mujeres, sino que están redefiniendo lo que significa ser hombre. Es en esta redefinición donde el ano juega un papel crucial. En su ambigüedad, permite a los hombres reconectarse con partes de sí mismos que han sido reprimidas por las expectativas sociales de lo que significa ser masculino. Sin embargo, el hombre sigue siendo atraído por la vulva, por lo femenino que le es ajeno, porque sigue viendo en ella una fuente de misterio y poder que no puede asimilar por completo.

Por tanto, la vulva y el ano, lejos de ser simples órganos físicos, objetos sexuales o símbolos eróticos, son portales hacia lo más profundo de la personalidad humana; hacia la psicología del deseo, el poder, y la identidad. El poder que tenemos sobre estas partes del cuerpo, por lo tanto, no es solo un poder social, fisiológico, o sexual, sino también un poder político, que define quién puede controlar y poseer nuestros cuerpos, y de qué manera. En su aparente pasividad, esconden una capacidad transformadora que moldea nuestra noción de realidad como si de un falo intentando entrar se tratara. Son espacios donde el ser humano se encuentra cara a cara con sus propios miedos, deseos y contradicciones; donde lo simbólico y lo arquetípico se entrelazan para revelar verdades más allá de lo aparente.

Lacan nos recuerda que el deseo nunca es algo lineal o transparente, sino que está estructurado por la falta y el goce. En su invisibilidad, el ano ha sido relegado a un lugar de silenciosa repulsión en el cuerpo masculino, marcado por su capacidad de expeler lo que no tiene lugar en el espacio del orden social, mientras que la vulva se mantiene como un objeto de fascinación; un espacio ajeno al cuerpo masculino que sigue simbolizando un misterio insondable. Territorios donde lo simbólico y lo arquetípico se manifiestan, donde lo invisible se hace presente, y donde el ser humano se confronta con angustia contra el misterio de su propia esencia y verdad.

El ano y la vulva son metáforas vivas del poder: en su control, represión y potencial liberación, encontramos una representación tangible de las luchas políticas que definen nuestra existencia cotidiana. Estas zonas del cuerpo, en su silencio y su enigma, nos revelan algo esencial sobre el poder del Omega; un poder que no está confinado a los límites de los términos del género. El cuerpo al convertirse en un misterio parlante revela las complejidades del deseo, el poder y el inconsciente que coexisten entre sí en nuestra neurasténica realidad. El amor, tanto entre hombres como entre hombres y mujeres, está marcado por la falta, el deseo y la Ley del Otro, y es en esta complejidad donde se despliega el misterio del cuerpo y del ser en su totalidad.

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