La noción de pureza y fe en la guerra: cuando el militar ve a Dios en su espada

Vicente Quintero
10 min readNov 6, 2019

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El valor del sacrificio

A lo largo de la historia, la fe y la guerra son dos variables que han estado estrechamente relacionadas. El guerrero no solo lucha por las retribuciones económicas y el estatus social que espera recibir después de obtenida la victoria, sino que hay en él una fe que se manifiesta en el amor por su patria y los valores que caracterizan a su sociedad; una disposición a defender lo sagrado, lo propio, y sobre todo, lo puro. La pureza ha sido la motivación de las guerras; la gemma de nuestras más sangrientas luchas, en donde los hombres han dado sus vidas para proteger las bases fundamentales de sus culturas. La Guerra de los Treinta Años, las Cruzadas y la misma Segunda Guerra Mundial, son algunos de los casos en donde, el papel de la pureza y la fe como móviles del sujeto histórico, ha quedado claramente visibilizado.

El pensamiento metafísico es inherente al ser humano, más allá de que este se encuentre o no adscrito a una religión, culto o secta. El mundo es materialismo e idealismo; objetividad y subjetividad; físico y mental. Así como Aristóteles dijo que el hombre era un animal político, Schopenhauer dijo que era un animal metafísico; metafísico es nuestro propio pensamiento; el distintivo de nuestra racionalidad reside en que la metafísica del pensamiento no niega la fisicidad, sino que excede sus límites para ampliarla. Lo ideal y lo real se concilian en la evolución de la vida y el pensamiento. Como lo demuestra el Monseñor Nicolás Eugenio Navarro, el pensamiento metafísico y la fe religiosa están presentes hasta en el positivista; el científico asume la ciencia como su religión.

La guerra tiene una dimensión metafísico-religiosa, en tanto que las convicciones morales, éticas y religiosas son, no solo nuestro móvil de lucha, sino nuestro escudo ante la desesperanza, la frustración y la agonía. El honor del guerrero y su disposición a sacrificarse por un proyecto que trasciende de sí mismo, es una cuestión de vocación espiritual. Son los fieles creyentes los que no capitulan ante las grandes ofertas por los votos de traición; los que arriesgan su vida sin esperar nada a cambio, más allá de salvaguardar los ideales del mundo que buscan proteger; los que, en medio de las peores penurias y dificultades, lo siguen intentando. Ante la legítima duda que surge, es la fe la fuerza que le permite al guerrero seguir adelante; la voz interior que le dice que siga adelante, aunque el panorama no sea el más promisorio. Es la fe del guerrero la que se manifiesta cuando el militar se arroja en medio del combate y alcanza, con orgullo, la bandera por la que sacrifica gustoso la existencia.

Como decía el filósofo Joseph De Maistre, quien fue influencia de personajes como el positivista Augusto Comte, el socialista Saint-Simon, el ateo Pierre-Joseph Proudhon y el escritor ruso Lev Tolstoi, la guerra ha sido un fenómeno constante en los anales de la historia, desde la aparición del ser humano y la configuración de las naciones, hasta nuestros días; desde el estado de barbarie hasta los más elevados y avanzados niveles de civilización; la efusión de sangre ha sido un hecho universal en la historia del género humano.

De acuerdo al teólogo chileno José Hipólito Salas (1880, p. 13), cuando el Gobierno de Chile le declaró la guerra a Perú y Bolivia, la Iglesia Católica, Apostólica y Romana, en una carta pastoral, le dijo a sus diocesanos que la guerra no es solo el arte de talar y destruir, sino el mecanismo de regeneración moral, política y social del cual dispone la Providencia para los pueblos. La guerra eleva o abate a las naciones, según sea el grado de moralidad o corrupción en el que se encuentren; es el medio del cual Dios dispone para corregir y sanar a los pueblos; la ley de la guerra rige al universo y al orden social en su amplia dimensión; ya en el vasto dominio de la naturaleza rige la violencia y los seres animados se destruyen recíprocamente y por todas partes; la guerra tiene un atractivo inexplicable que arrastra a los hombres a ella y sirve para perfeccionar a algunas naciones, mientras que envilece a otras. A lo largo de la historia, la guerra ha aumentado la riqueza acumulada de los victoriosos, a través del saqueo de fortunas y la imposición de tributos sobre los pueblos vencidos. La Iglesia busca la paz, pero no le teme a la guerra.

No neguemos, en hora buena, la gloria a quien pertenezca; pero confesemos tambien que la “guerra es el gran negocio, cuya direccion se ha reservado la Providencia, pues que los sucesos dependen casi enteramente de circunstancias en que el hombre influye ménos”. Cumplamos el deber i oremos, i la plegaria i las buenas costumbres nos darán ilustres capitanes, soldados valientes i ejércitos victoriosos. — José Hipólito Salas (1880, pp. 32–33)

En la historia de las religiones y el desarrollo de la teología como la ciencia de Dios, los estudios sobre la guerra han tenido una muy singular importancia. La guerra ha sido vista, a grandes rasgos, como una manifestación de la necesidad de purificación de la sociedad. En la Santa Biblia, hay más de veinte artículos en los que se habla de Dios como guerrero. En Salmos 89:8, se le llama a Jehová el Dios de los Ejércitos, y por mucho tiempo, la causa bélica estuvo muy estrechamente vinculada con la religiosa. Hoy en día, quizá no en la misma amplitud, ímpetu y dimensión, sigue siendo evidente la vocación religiosa en el sector militar. En la América del Sur, incluso en países como Venezuela, en donde la influencia de la Iglesia Católica fue históricamente menor a la que esta tuvo en países como Colombia, Perú y México, la existencia de los ordinariatos militares demuestra el rol que la religión sigue ejerciendo sobre la institución militar.

El Ordinariato Militar de Venezuela, existente desde 1994–1995, aún no tiene una catedral. Una de las más fascinantes evidencias de la relación que sigue existiendo entre el poder religioso y el poder militar.

Para el teólogo José Hipólito Salas, la guerra no fue para el pueblo chileno únicamente una fuente de lágrimas, desolación y dolores. A su juicio, la guerra sirvió para avivar la fe en el pueblo chileno; fomentar las virtudes cristianas del valor, la abnegación, el sacrificio y la caridad. La guerra, entonces, es vista como regeneración de los pueblos, que se recomponen moralmente a través del combate. Y es preciso recordar que ni la guerra ni la pena de muerte están prohibidas por el mandamiento cristiano, sino el homicidio personal inspirado en el odio o la arbitrariedad. En la epístola de San Anatasio, confirmada por el Sexto Consejo Ecuménico, se establece que matar a un enemigo en la batalla es legal y digno de elogio. Por lo tanto, aquellos que sobresalen en la batalla son dignos de grandes honores, y los pilares se alzan para proclamar sus excelentes actos. El asesinato es reprensible como un acto de voluntad propia, es decir, asesinato personal, pero matar a un enemigo en la batalla es tolerado y permitido, en una dimensión colectiva-nacional y espiritual-religiosa.

En particular, ha sido clave un concepto en la relación de la religión, el pensamiento metafísico, la moral ciudadana, los valores tradiciones y la guerra: la pureza. La pureza, en su dimensión amplia, abarca la espiritualidad, la honradez, la etnia y la castidad de un ser humano; aquel que es puro es aquel que está libre de mancha. En el análisis histórico de Bobič (2012), se señala que el hombre tenía que ser puro para tener la fuerza física que necesitaba la nación. Las virtudes y los principios éticos han sido vistos como la base del guerrero que lucha con vigor y energía; aquel que entrega su vida por sus ideales; el que se desangra por amor.

El sexo y la sexualidad, que también tienen un papel motivacional en el desarrollo de los conflictos bélicos, tampoco son ajenos a la noción de pureza y las convicciones de fe. El guerrero lucha por proteger la pureza e integridad de su nación; arremete contra el impuro enemigo. Las violaciones sexuales que tienen lugar en los conflictos bélicos están asociadas a la destrucción de la estabilidad de una nación, en sus distintos ámbitos. El tejido familiar saludable es la base de un Estado-Nación como entidad político-administrativa, que puede ser entendido, bajo ciertos enfoques e interpretaciones históricas, como la gran familia conformada por todas las familias de un determinado territorio. En Isaías 42:13–14, se lee lo siguiente: “El señor saldrá como gigante, y como hombre de guerra despertará celo; gritará, consigna de batalla, y se esforzará sobre sus enemigos. Desde el siglo he callado, he tenido silencio, y me he detenido; daré voces, como mujer que está de parto; asolaré y devoraré juntamente”.

En los Estados Unidos, el nacionalismo sigue teniendo una orientación religiosa. Al igual que en la Chile decimonónica del católico José Hipólito Salas, en Estados Unidos se observa una valoración positiva y reivindicadora de las virtudes sociales que son fortalecidas en la guerra. Según Jonathan Ebel en Forrest (2010), con base en los archivos de la Comisión de Historia de la Guerra en Virginia — y otras fuentes primarias — , una gran parte de los veteranos militares consideraban veía en la guerra un profundo y trascendente significado religioso, a pesar de la muerte y la destrucción ocasionadas. A principios de 1900, el cristianismo estaba siendo masculinizado por las caracterizaciones de Cristo como un hombre víril y activo, a menudo militante de las fuerzas armadas; los líderes protestantes alentaron a los hombres a vivir vidas de orientación cristiana al convertirse en guerreros militares contra el mal.

Más allá de que en la historiografía todavía es un dilema la cuestión del móvil del proceso histórico, los acontecimientos sugieren que la fe tiene un importante papel en el dinámico desarrollo de las culturas, a través de sus distintas manifestaciones. Para algunos, es la materia representada en las relaciones económicas de poder, el móvil de la historia. Pero no debe ignorarse que la economía también se considera cultura. Las estructuras cognitivas del ser humano y la fe religiosa nos llevan, a veces, a la bancarrota; hay estructuras en nuestra mente que nos hacen, en algunos casos más que otros, proclives al fanatismo. Los grupos económicos también son grupos religiosos e ideológicos, aunque esta relación no siempre sea explícita. Y aún si la economía fuera el móvil de la historia, los métodos en los que esta sustenta su poder son bélicos, morales, éticos y religiosos. Nuestro mundo se mueve con base en las motivaciones.

En el guerrero hay una fe que se manifiesta en el combate; la fe que lo hace delirar y ver a Dios en la espada. La fe es poder, especialmente cuando el guerrero se conoce muy bien a sí mismo; entiende sus potencialidades y limitaciones. La fe religiosa le ha dado, históricamente, significado y propósito trascendentes a cuestiones como la muerte y al sufrimiento; ha elevado a los que mueren en combate al nivel de héroes y mártires; les promete la salvación eterna. Nacionalismo y religiosidad son dos cosas que se conectan y deben ser estudiadas de forma transdisciplinaria. Sin ignorar que, la religiosidad y el pensamiento metafísico son fenómenos que trascienden la misma pertenencia a una religión en particular. Paradójicamente, hay religiosidad en el ateo. La dimensión de la fe es amplia, como lo es también la de la pureza.

Cuando el sujeto deja de pertenecer a una religión, no deja de buscar la pureza; no cesa la necesidad de creer en algo. Christopher Dawson (2015) demuestra que la Revolución Francesa fue también un fenómeno religioso. Las revoluciones políticas han sido, ante todo, revoluciones intelectuales y religiosas. Aunque no sean del todo equivalentes, las ideologías guardan una gran similitud con las religiones; los partidos políticos con las congregaciones religiosas. Vamos más allá: las guerras también son asuntos de profundo interés teológico y religioso. Y la relación del militar con la fe y la religiosidad es mucho más profunda que la del activista político, debido a que este tiene que estar mucho más preparado para entregar su vida, en honor a sus ideales puros e íntegros.

Referencias:

Alvarez-Bolado, A. (1995). Para ganar la guerra, para ganar la paz: Iglesia y guerra civil, 1936–1939. Madrid: Univ Pontifica Comillas.

Bobič, P. (2012). War and Faith: The Catholic Church in Slovenia, 1914–1918. Leiden: Brill.

Dawson, C. (1991). Religion and the rise of western culture. New York: Doubleday.

Dawson, C., & Russello, G. J. (2012). Christianity and European Culture (Selections from the Work of Christopher Dawson): Selections from the Work of Christopher Dawson.

Dawson, C. (2015). The gods of revolution. Washington, D.C: The Catholic University of America Press.

Forrest, S. (21 de abril de 2010). Role of religious faith in World War I examined in new book. Public Affairs Illinois. Recuperado de http://news.illinois.edu/view/6367/205647

Khrapovitsky, A. (1998). Christian Faith and War. Nueva York: Holy Trinity Monastery.

Navarro, N. (1910). Tres refutaciones: con motivo de otras tantas conferencias anticatólicas patrocinadas por la Masonería de Caracas. Caracas: Emp. El Cojo.

Pinelli, L. (1611). Tratado de la perfeccion religiosa, y de la obligacion que todos los religiosos tienen de aspirar a ella. Madrid: Juan de la Cueva.

Quintero, V. (15 de abril de 2019). La importancia del sexo en la cultura militar: guerra, jerarquía, roles y mando. Medium. Recuperado de https://medium.com/@vicentequintero/la-importancia-del-sexo-en-la-cultura-militar-y-las-guerras-vicente-quintero-16fd39ae3506

Salas, J. (1880). El guerrero cristiano. Valparaíso: Imprenta del Mercurio.

Vicente Quintero es científico social. Analista cultural y político. Escritor de un libro sobre el Tercer Reich en Venezuela, en tiempos de la Segunda Guerra Mundial, en proceso de publicación. Licenciado en Estudios Liberales de la Universidad Metropolitana de Caracas (Ciencia Política, Economía Política, Filosofía-Ética e Historia), con énfasis en la politología. También estudió, durante 1 año, Lengua y Cultura Rusa en el Instituto de Estudios Internacionales ИМОП de la Universidad Politécnica Estatal de San Petersburgo (Rusia). Cursa actualmente estudios de postgrado en Gobierno y Políticas Públicas, en la Universidad Central de Venezuela — en proceso de entrega del trabajo final de grado — . También cursa estudios especializados de Teología avalados por el Patriarcado de Moscú y de todas las Rusias, máximo representante institucional de la Iglesia Ortodoxa en Rusia y su eje de influencia. En 2018, presentó la obra de arte “Producto LGBT” en el Museo Nacional Alejandro Otero de Caracas, bajo dirección de la Fundación Museos de Venezuela. Aprobada la mitad de los créditos en la Licenciatura en Psicología de la Universidad Metropolitana de Caracas. Quintero ha sido intérprete-traductor y asesor político de periodistas y empresarios extranjeros en Venezuela.

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Social researcher. Politics, Philosophy, History and Economics. Poetry. Amazon: https://www.amazon.com/dp/B08FCTQP3L/

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