El postranshumanismo nietzscheano de la inteligencia artificial
Desde un enfoque futurista, el transhumanismo se ha presentado como una corriente filosófica que se caracteriza por analizar el potencial del desarrollo tecnológico para el mejoramiento de la humanidad. Una visión del mundo que, como muchas otras, no ha estado ajena a las controversias, sobre todo desde las perspectivas pre-absurdistas y absurdistas, como es el caso de la obra de Albert Camus. Sin embargo, desde el nihilismo es posible la construcción de un puente que conecte al transhumanismo con el absurdismo, más allá de sus puntos en contradicción.
El poder de procesamiento de una computadora ha aumentado un billón de veces desde la década de 1960. En ese mismo período, ningún otro invento tecnológico ha registrado un crecimiento tan abrupto. Los trenes y los carros son cada vez más veloces, pero en comparación a la computadora, este desarrollo ha sido prácticamente ínfimo.
Históricamente, ha existido una estrecha relación entre el hombre y la tecnología, en tanto las innovaciones tecnológicas surgen para satisfacer necesidades humanas, individuales o colectivas, y luego inducen cambios culturales. Porque la técnica y la innovación surgen como respuesta a una causa, que es la necesidad, pero termina acompañada de una consecuencia. Hasta los detalles más mínimos de nuestra cotidianidad lo evidencian: el tiempo que ahorramos hoy gracias a la sofisticación y optimización de los artefactos que facilitan nuestras tareas más rutinarias es tiempo que podemos invertir en nuestro crecimiento personal. Nuestra esperanza de vida, en constante ascenso en los países más desarrollados según el índice de desarrollo humano, es un logro visible del desarrollo tecnológico. Porque este indicador, que sirve como expectativa para los ciudadanos de un país en particular, permite que el sujeto planifique su vida en función de este. Y para planificar, de una forma u otra, también hay que soñar. Soñar sin delirar; no todas las variables están en nuestro control.
Existen quienes perciben que el mundo de hoy es cada vez más artificial. Con esa afirmación quieren, por lo general, decir que el mundo de hoy es cada vez más natural, en tanto se entiende que lo artificial es aquello que ha sido creado por el hombre y no por la naturaleza, además de que no se ajusta a ella. Pero eso que llaman artificial sigue siendo natural. Porque lo artificial es un producto del desarrollo de la materia que, aún sin la intervención directa del hombre, está sujeta a constantes cambios por partes de agentes externos que, al igual que el hombre, también se encuentran y hacen vida en la naturaleza. Para Aristóteles, por ejemplo, la naturaleza no poseía una finalidad, sino una tendencia hacia el cambio; tendencia que mantenían los productos artísticos. Lo que hace el hombre cuando interviene en su medio para modificarlo es, a grandes rasgos, imitar a la naturaleza misma. Lo artificial es mímesis de la naturaleza, es decir, un reflejo artístico de ella.
Se discute, sin embargo, si la naturaleza hace estos cambios de forma consciente, como sí lo hace el hombre, en menor o mayor medida. Discusión que, para los hispanoparlantes, es aún más compleja porque en el castellano hemos acuñado dos palabras distintas a partir del antiguo término en latín cōnscientia: consciencia (cognición) y conciencia (ética). La pregunta sigue abierta y cada día surgen más respuestas, una más interesante que la otra, aún sin ser ninguna de ellas concluyente en términos científicos y ontológicos. Leamos al Marqués de Sade, más allá de su anecdótico libertinaje. Su contribución filosófica pre-nihilista puede hacernos reflexionar sobre las inspiraciones ontológicas de la naturaleza y las leyes morales que rigen la conducta humana.
¿Y si el desarrollo tecnológico fuera un designio de la naturaleza misma, impreso en nosotros en forma de deseo para que ejecutáramos así el plan? ¿Por qué la separación entre hombre y naturaleza si, después de todo, la humanidad es parte de la naturaleza? Aunque probablemente nunca tendremos certeza de ello, es posible especular que ha sido parte del plan de la naturaleza que, mientras que el poder de procesamiento de la computadora aumentó en un billón en poco más de medio siglo, la capacidad neurobiológica del cerebro humano no ha registrado un cambio evolutivo sustancial. ¿Y qué podríamos decir de esto, si es que la naturaleza tuviera consciencia y conciencia? Porque los actos y los designios que provinen de la consciencia tienen implicaciones concientes.
La innovación de la técnica y la tecnología impulsa cambios profundos en nuestras nociones de humanidad, naturaleza y tecnología, lo cual se ha traducido en una evolución consecuente de lo que entendemos por tiempo, espacio y lugar. Si bien es cierto que asociamos la palabra implante con las intervenciones estéticas, una gran parte de las personas que viven en sociedades bien organizadas tienen dentro de sus cuerpos artefactos o dispositivos que fueron creados por el hombre, como los marcapasos para el corazón. Otro buen ejemplo de ello son las resinas dentales, comúnmente presentes en la dentadura de muchas personas. Los implantes de chips en el cuerpo humano suenan a ciencia ficción. Pero ya estamos, desde hace rato, inmersos en esa realidad: VeriChi, en el año 2004, fue el primer implante a humanos aprobado por la Food & Drug Administration (FDA) estadounidense. Así, vemos que hay algo de ‘máquina’ en nuestros cuerpos. El artificialmente natural hombre-máquina es hoy tan real como el robot, que cada día adquiere mayor relevancia, debido a la automatización de los procesos que tendrá lugar en el mercado laboral.
Transhumanismo y poshumanismo son dos términos que se tocan, pero no son equivalentes. El prefijo trans hace alusión a la transversalidad (a través de) y a la trascendencia, mientras que el prefijo pos (o post) significa estar después de, y a veces, detrás de. Hoy es un buen día para leer nuevamente la obra ‘The Postmodern Condition’ de Jean-François Lyotard (1984), en la cual se plantea el advenimiento de los humanos-máquina. La tecnología ha sido asimilada por la naturaleza y esta es parte funcional del cuerpo humano. Esto podría tener, inevitablemente, consecuencias no solo sobre nuestra privacidad, sino también sobre la unicalidad que distingue, tradicionalmente, a cada ser humano del otro. Porque si la tecnología es entendida como un vehículo para mejorar al ser humano, esta podría ser usada para eliminar los patrones genéticos y de conducta que no son deseados, ya sea por motivos estrictamente genéticos, o bien, socioculturales.
Lo que nos lleva a pensar, otra vez, en la Idea de Superhombre de Nietzsche. Porque nuestras reflexiones sobre lo poshumano y lo transhumano también pueden ser vistas y analizadas desde el prefijo super, que denota superioridad sobre algo. Así, el postransuperhumano se presenta como una suerte de delirio omnipotente y omnipresente del hombre que, a través de la tecnología, se acerca a la imagen de Dios, y en este orden de ideas, orienta nietzscheana y feuerbachiamente su compás moral. El sueño de inmortalidad que históricamente se ha manifestado en el perenne deseo de la eterna juventud. Inmortalidad, grandeza y supremacía.
La historia no se repite, pero hay rasgos en ella que son cíclicos. Patrones que pueden ser identificados y sirven de referencia para entender el pasado del presente y el pasado del futuro. El desarrollo tecnológico de la humanidad, particularmente el de las computadoras y la revolución informática que devino con el internet, podría darle paso a un proceso de maduración y síntesis de la cultura occidental. El debate ético y metafísico sobre esta cuestión deja poco espacio para posturas intermedias: ¿somos optimistas o pesimistas ante el panorama postranshumanista que, en forma, propósito y despropósito, también es superhumanista, como medio para llegar al fin? Ignoran la realidad hasta que esta estalla en sus caras. La pandemia del covid-19 ya lo evidenció y también podría hacerlo aquello que está por venir. ¿Cuántas instituciones académicas de primer nivel en el mundo desarrollado no recomendaron tomar previsiones ante una posible pandemia? ¿Y quién hizo algo?
Pensando en voz alta. Y soñando despierto. Soñando despierto, muy consciente de que la línea que separa lo surreal de lo real es muy delgada. En última instancia, lo surreal es la realidad que aún se encuentra sumergida.